martes, 30 de enero de 2007

La fiesta continúa

Bien lo dije: los cumpleaños deben celebrarse por toda una semana.

Oficialmente, estamos terminando el Día #3 de festejos. Hoy tuve la sorpresa de que Russell, un queridísimo amigo y ex habitante de Houston, andaba en la ciudad. Para verlo, tuvimos que hacer una excursión al centro de la ciudad y buscar entre mil calles el restaurant a donde quería invitarme: Mama Ninfa's, el primero y original Ninfa's de todo Houston.


Ubicado en la calle Navigation, en el noreste del centro, parece una broma de mal gusto para que lleven a un mexicano a comer en Estados Unidos, pero créanme, la sopa Xochitl que pedí fue justo lo que por meses he deseado comer en este lado del río. Y el pastel tres leches... ¡mamma mia!

Pero sobre todo la compañía: amigos queridos y mi mamá.

Hoy más temprano, recibí unas flores en la puerta de la casa, enviadas por la Nina, desde Tánger. Díganme si eso no es estar festejada...









Todavía hay pastel de chocolate del domingo... pero no le doy muchos más días de vida.

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lunes, 29 de enero de 2007

En los recuerdos: Dos sheilas y un bloke





Lo que van a leer es el recuento de una de mis aventuras noruegas, acaecida el 7 de abril de 2001 —justo un año después de haberme caído en Izcalli, sufriendo un esguince de 2º grado en el tobillo derecho y un corte en la rodilla izquierda que requirió dos puntos internos y diez externos—. ¿Cómo se celebra a un año de tal accidente? De la siguiente forma:

Dos sheilas y un bloke*

Llegué a Stavanger tras ¡ocho horas! de viaje en tren (¡auch!) desde Oslo. De haberme puesto las pilas, hubiese viajado en avión haciendo el mismo tiempo que uno cuando vuela del D.F. hasta Guadalajara, pero por andar de atarantada, olvidé ir a la estación central a preguntar los precios especiales de los vuelos y la anticipación con que debía comprar mi boleto de tarifa baja, que me costaría menos de la mitad del precio regular. Sí, esto es Europa. Aquí hay cosas tan maravillosas como esas. ¡Pero no si vas con tres días de anticipación! Y allí me tienes, poniendo mi carota en el mostrador de Braathens**:

—¡¿Qué?! ¿Tres mil panchólares por un vuelo de 45 minutos? ¡Olvídelo! Me voy por SAS, que al fin está aquí enfrente y seguramente tiene un mejor precio.

Y allí me tienes, poniendo mi carota en el mostrador de Scandinavian:

—¡¿Qué?! ¿Tres mil panchólares y pico por un vuelo de 45 minutos? ¡Olvídelo! Me voy por tren, que al fin es cómodo y viaja de noche…

Ni hablar, era la voluntad de Dios que viajara en tren, al menos eso fue lo que dijo la dama de NSB que me vendió el boleto, porque conseguí el último boleto de la tarifa más baja (casi la octava parte de lo que hubiera pagado por volar) ¡justo antes de entrar en la temporada alta! ¿Creen en los milagros? Yo sí. Pues allí me tienen jalando mis triques con mi boletito de tren ida y vuelta en mano. «Signatur», rezaba el logotipo en la portada del mismo. «Ah», había dicho mi amiga Yolanda Stefenssen cuando lo vio, «te tocará viajar en esos nuevos y modernos trenes veloces…». «¿Cuáles?», pregunté recordando lo leído en el diario Aftenposten, «¿los de manufactura alemana que venían mal de los ejes y tuvieron tantos problemas que los iban a devolver?» (Gulp).

El tren era el ordinario tren que bueno, sí, era moderno (más que los de mi ranchito, al menos) pero no tan veloz… «Pero al menos no tendrá ejes defectosos». Justo ahora que escribo, creo que la que tiene los ejes defectuosos soy yo. Acabo de regresar de Preikestolen (El Púlpito), una piedra que sobresale 600 metros sobre el fiordo de Lyse y me duele cada músculo, tendón y nervio. Dos días atrás fui con mi amiga Linda a hacer spinning, esa modalidad de ejercicio en salón que requiere de todo tu valor para montar una bicicleta fija y pedalear con furia por los siguientes 45 minutos sin parar, al ritmo de los más raros mixes del pop europeo, rodeada de otros veinte sudorosos ciclistas y comandados por una rubia atleta que no muestra misericordia alguna y sin más aire «acondicionado» que el provisto por un ridículo abanico (así les dicen en Veracruz a los ventiladores, «abanicos». Lo de «ridículo» se lo planté yo). Terminé, por supuesto, en calidad de piltrafa. Y dos días después me tienen allí, en plena montaña en la temprana primavera de Escandinavia, a la agradable temperatura de unos 6 a 8 grados centígrados, trepando cual cabra montés por entre las rocas, tras una travesía de 40 minutos en ferry y luego 30 minutos en auto para llegar a un punto en el que encuentras varios de esos letreros de madera que sólo ves en las caricaturas de Buggs Bunny indicando con flechas hacia donde queda el Polo Norte y el Polo Sur...

Por supuesto, mis extremidades se quejaban con furia al acometer tamaño reto. Dos horas era el tiempo estimado para llegar a Preikestolen. Claro, íbamos armadas con la vestimenta apropiada. Como dicen los habitantes de este país: «No existe el mal clima, sino ropa inadecuada». Además, Linda había jalado con todo lo que pudo encontrar en la despensa: naranjas, soda, agua, chocolate de leche, chocolate caliente, emparedados, galletas… lo cual añadió un divertido elemento a nuestro ascenso: equilibrar el peso en la mochila. Habíamos sido las primeras excursionistas en llegar ese día, así que nuestro ascenso fue prácticamente solitario.

Todo iba conforme a lo planeado, excepto por algunos restos de nieve endurecida que encontramos por aquí y por allá, cosa que Linda no anticipó a estas alturas del año y lo cual constituyó una desagradable sorpresa por los zapatos que calzábamos: ¡tenis! Se ha de ver uno curioso bailando sobre el hielo en un vehemente intento por mantener el equilibrio y no parecer ridículo… ¡y resbalándose de todas formas!

Llegamos hasta la primera mitad del camino, señalada propiamente con dos mesitas de madera, con bancos y todo, en donde nos sentamos a tomar un almuerzo. La sensación que uno experimenta ante la vista majestuosa de las montañas coronadas de nieve y el perfecto espejo que forma el lago es por mucho sobrecogedora.

Estábamos atacando el chocolate cuando nos percatamos de la compañía de otro montañista. Venía caminando campantemente unas decenas de metros atrás. Han de saber que las condiciones solitarias de la montaña obligan a uno a esgrimir los más finos modales cuando aparece otro ser humano. Cuando se acercó a saludar, por supuesto, le convidamos chocolate y agua. No quiso comer nada, pero se sentó un rato para charlar. Era un turista canadiense que había viajado a Noruega para un curso de entrenamiento anual en el vuelo de helicópteros (uno de los cuales nos hubiera venido bien para el descenso). Al parecer tenía prisa pues abandonó el refugio temporal de las mesitas y salió disparado hacia el resto del camino. No sé si tenía hélices en los pies, pero a los cinco minutos era sólo un puntito en la lejanía y a los diez, lo perdimos de vista. ¿Cómo fue que no lo vimos cuando llegamos, ni advertimos su presencia detrás de nosotros por una hora?

La segunda mitad del camino presentó mayor dificultad debido a que un 80% estaba cubierto de nieve y hielo. Por supuesto esto hizo más lento nuestro ascenso ¡y estuvo a punto de acelerar nuestro descenso! Para ese punto yo iba en automático, siguiendo adelante ya por el puro instinto de supervivencia y con una sola imagen bailándome en la cabeza —la que me instaba a continuar—, mi amiga Yolanda mirándome y diciendo con su acento sudamericano: «Si no tiene cerebro, no me puede vencer».

Linda tenía relativamente poco tiempo de haber vuelto de Australia, donde estuvo un año, así que acometió el reto de escalar su propia montaña con todo el ánimo con el que el noruego promedio conquista los obstáculos de la naturaleza.

A nuestro paso aparecían rocas resbaladizas que presentaban mil y un trucos, como si se burlaran de uno, diciendo: «¡Mira al turista! ¡No tarda en rendirse!» Pero el mensaje en mi cabeza resonaba sin fin: «…no me puede vencer». ¡Cuál no sería nuestra sorpresa al llegar finalmente a nuestro destino —dos horas y quince minutos después de emprender el camino, es decir, un cuarto de hora más del tiempo estimado— y encontrarnos al alegre canadiense paseándose por una roca, unos 20 metros por sobre nuestras cabezas, saludándonos desenfadadamente mientras grababa nuestros rostros de lengua de fuera con su camarita de video!


No sé si crean en los ángeles, pero después de tomar nuestro obligado descanso en la cima de Preikestolen y las fotografías de rigor (habiéndome yo tumbado de panza para solamente sacar la cabeza de la orilla y tratar de mirar allá abajo, a 600 metros del agua), me puse a pensar si el «bloke» de la camarita no sería un ángel enviado por Dios para cuidarnos. Después de todo estaba en el negocio de volar…

Ahora bien, ¿los ángeles beben cerveza? Porque nuestro amigo se despachó dos de ellas que algún gracioso había dejado empacadas en el hielo en plena punta de Preikestolen, bajo un letrero: «Kr 100.00» (Es decir, unos 9 dólares por las dos). Claro que, si en realidad era un ángel, pudo haber preparado todo el truco con anticipación pues nos aventajó en el camino de manera por demás veloz. ¡Creo que tenía unos 40 minutos en la cima cuando nosotros llegamos! ¿Por qué pienso que era un ángel? Bueno, llegó en el momento apropiado y se quedó allí hasta asegurarse que estábamos bien. Considera esto: estábamos totalmente solas en la montaña. De haber sufrido un percance (que creo era una posibilidad presente), sólo contábamos con un teléfono celular sin acceso a señal alguna en la punta de la montaña, un poco de agua, un thermo vacío y unas cuántas cáscaras de naranja. Pero nuestro amable bloke se ofreció a acompañarnos durante todo el descenso y me facilitó unos guantes (porque la precavida de mí olvidó los suyos en la casa). Para las condiciones preartríticas que yo estaba presentando en esos momentos, un ángel parecía lo más adecuado o yo estaba alucinando.

Simplemente el hecho de llevar a alguien al frente, guiando la expedición a un ritmo específico me hizo sentir una inmensa confianza y me dio la convicción de que terminaría la excursión con vida.


Hay una extraña costumbre nórdica que indica que si al caminar por la montaña recibes una bola de nieve en la cabeza o la espalda, no debes enfadarte. Sólo significa que otro ser humano se aproxima y te está saludando. Pues bien, nuestro ángel se encargó de «saludar» por nosotros a los amables visitantes que se habían añadido a la expedición horas más tarde.

De cualquier forma, casi al final del descenso, el bloke se adelantó para esperarnos más adelante. Por supuesto, para entonces mis extremidades inferiores no daban una, pero la vereda ya era por demás benigna y asumí la responsabilidad de terminar el camino por mi cuenta. ¿Qué más puedes pedir después de admirar tan extraordinaria vista en la punta de las montañas noruegas al calor de un chocolate caliente?

Para no ser desagradecidas, le dimos un ride al ángel hasta el punto en el que abordaríamos el ferry de regreso a Stavanger, pero nunca se nos ocurrió preguntarle su nombre. La verdad, me daba miedo que contestara algo como «Gabe» o «Mike» mientras desaparecía de nuestra vista. Así que nos despedimos justo al llegar a tierra. Y ambas sheilas quedamos con la duda, por lo que decidimos llamarle simplemente Bloke.

Ha sido luego del viaje que me he quedado meditando un poco más allá de montañas y nieve. Me brincó a la mente un verso de los Salmos: «A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. No permitirá que tu pie resbale; jamás duerme el que te cuida…». Siempre he leído eso y lo he creído, pero nunca lo había sentido hacerse real de manera tan literal. Justamente ahora me doy cuenta que el bloke pudo no haber sido un ángel y sí un simple turista canadiense, pero… ¿quién lo mandó allí en el momento en que hacía verdadera falta?

*Sheila es el término coloquial en Australia para referirse a una chica. Bloke lo es para referirse a un muchacho.
** En ese tiempo, Braathens y SAS funcionaban como dos aerolíneas separadas.

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viernes, 26 de enero de 2007

De «animes», nostalgia y regalitos

Ya empezaron a llover los regalitos. El primero y más valioso llegó en avión desde el DF hoy a medio día. Y con ella, es decir, en el interior de su maleta (valija, para los argentinos), venían otros obsequios reunidos desde extremos rincones del planeta como son Tánger y Cuautitlán Izcalli.

Algunos de los regalos prematuros que son objetos y que más llamaron mi atención, llegaron en la forma de dulces: unas galletas con forma de frijol, cubiertas de chocolate. ¿Saben de lo que hablo? Esas han sido mi vicio por años, desde la secundaria... Los miércoles, que es cuando se pone el mercadito «Sobre Ruedas» sobre un segmento de Av. Dr. Vértiz, salía con mis amigas Mony, Lucero, Liliana (cada una de ellas abarca una etapa de mi paso por Piedra Angular) y al pasar por los puestos del mercado, irremediablemente, me detendría en el de los dulces, a comprar mis 100 g de «Gordo» (desafortunadamente, ese nombre horrible le plantaron a tan increíble invento...) o 100 g de esos diminutos malvaviscos cubiertos con chocolate (a veces, con tal descaro, iba y compraba 100 g de cada uno... para repartir).

Otros, llegaron en forma de joyería, tarjetas, y... DVDs. ¡Ah! ¡Esos! El primero me lo mandó mi sobrina, para que viera el servicio en el que ella fue bautizada, hace unos meses. Y los otros... no sé de dónde los sacó mi hermano, ¡pero es la colección completa de Candy Candy en español! Por supuesto, ya comencé a ver los episodios, y con ellos vino toda una plétora de recuerdos y emociones, no porque me impacte la trama de la telenovela-anime —que bien podría ser la versión japonesa (claro, doblada al español por argentinos) de María Mercedes, Rosa Salvaje, etc... salvando distancias, claro—, porque de hecho, jamás vi la serie completa, y por eso los primeros capítulos son incluso novedad para mí a estas alturas de mi vida (Ahora, mis lectores varones... antes de que decidan saltar a otro mensaje, o peor aun, a otro blog, cabe advertir que no disertaré sobre detalles de la caricatura animada), sino por las cosas que me hizo revivir... mi infancia en Izcalli con mis hermanos, los primeros palpitares de mi corazoncito... en fin... Además, sé muy bien que algunos de ustedes, hombres, veían Candy Candy con sus hermanas y siguieron la trama, odiaban a todos los galanes de Candy y tampoco les pareció el final.

En fin, en este viaje, mi mamá no solo me trajo su presencia, que constituye per se una gran bendición, sino trajo empacados mis recuerdos, mis cariños, mis muchas cosas que dejé guardadas en México, en alguna caja en el rincón de mi mente.

Y por ello, queridos, todos los regalitos pre festejo son inmensamente valiosos para mí. También los son sus comentarios, que se han ido agregando a medida que visitan, leen y releen este blog. Gracias.

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Para repasar # 2

«Aprendamos idiomas» (Enero 19 al 25)

Lamento informarte que la información que estaba en este apartado fue borrada intencionalmente en tanto el Primer Examen de «Aprendamos idiomas» está vigente.

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miércoles, 24 de enero de 2007

Un mapache gordo



Un mapache gordo ronda por los alrededores.

Ya es la segunda o tercera vez que se lanza contra el bote de basura para tumbarlo, acceder a su diverso contenido y regodearse con no sé qué sobras, porque prácticamente todo lo orgánico va a otro lado.

Pero esta vez Eric lo vio —gordo como es y bandido— bien entrado rascando las bolsas de basura.

«Golpée el bote con el pie... se asomó a mirarme, ¡y volvió a a meterse al tambo!», explicaba Eric sorprendido.

Admito que me caen bien los mapaches. Siempre me han encantado (tal vez por culpa de Candy Candy). Fui una quinceañera frustrada, porque mi mamá dijo un terminante NO a la posibilidad de un mapache mascota. Por eso los quiero. Me duele cuando, yertos, yacen a un lado del camino, pasto de los autos.

Pero este gordo del antifaz... esperen... oigo ruidos... un golpe, como de un tambo que cae... Eric caminando allá abajo... golpes en un tambo. La puerta que se cierra. Regresó.

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martes, 23 de enero de 2007

«Sorpréndeme, Dios»

Justo anoche, charlaba vía Skype con mi mamá sobre los planes para celebrar mi cumpleaños, que no se había concretado nada porque todo mundo por acá al parecer estará ocupado, otros están de viaje, etc. Será el sereno, pero me puse triste y ella lo notó. Bromeamos con que viniera a hacerme un pozole y un pastel (torta, para los argentos... bueno... ya les voy a poner un link a un diccionario de mexicanismos, mejor, ja ja ja).

Durante mi tiempo a solas con Dios, que muchas veces se da mejor en la noche (aceptémoslo, soy una criatura más bien noctámbula, mientras que a las 5 de la mañana soy una verdadera piltrafa humana), le dije que si quería, podía sorprenderme el fin de semana con su regalo de cumpleaños, porque probablemente no iba a tener otros, y el suyo me interesaba particularmente.

No sé si eso fue factor para interrumpir mi sueño o fueron los pingüinos de la ventana otra vez, porque la temperatura juega con descender nuevamente estos días. El caso es que mi noche no fue muy buena. Tenía que despertarme y estar lista porque pasarían por mí temprano, ya que hoy Danilo Montero compartiría con nosotros en el devocional de la oficina (¡Chacho! —dirían los puertorriqueños— ¡Hacía como tres años que no lo veía!), así que me desperté antes que la Mac, que usualmente lo hace pocos minutos antes de las 7 am e ilumina el cuarto con su luz de mercurio (no sé si es de mercurio, pero había que sonar poética). Me levanté, hice toda mi rutina matinal y antes de guardar la Mac en su casita para llevármela a la oficina, bajé mis mensajes. ¡Oh sorpresa! Dos cartas enormes y preciosas, una de Dad y otra de Mom.

Me quedé lela.

Mi papá estaba, seguro desde antes que saliera el sol, embebido en el proceso de preparación de uno de sus sermones, en una serie de predicaciones sobre la familia que está impartiendo este mes, cuando comenzó a escribir sus líneas:

«En una parte [...] enfatizo la identidad de los hijos y empece a pensar algunas ideas, porque estoy a medias en este sermón del domingo próximo. El Señor trajo a mi mente a mi amada Sarita y estoy orando por ti. Aun al escribir estas líneas, no puedo ver bien porque mis lágrimas se atraviesan entre mis ojos y el teclado, hija, porque te amo con todo mi corazón. No te lo he dicho por causa de mi temperamento, pero quiero que lo sepas, que la gran satisfacción de mi vida son los hijos que el Señor nos dio a tu mami y a mí, y entre ellos estas tú, que eres tan especial y estás en un lugar muy especial en nuestras mentes y corazones. Te amamos, hija, y queremos que seas muy feliz.»

¿Saben lo que eso me hizo llorar?

Minutos después, entró el e-Mail de mi mamá:

«En esta mañana, pensando mucho en ti, tu Dad y yo platicamos en la posibilidad de que yo pueda ir a verte para estar contigo en tu cumple. No tengo idea cuanto cueste o si es muy caro, pero si no se puede en avión pues me arranco en autobús. Yo tengo pasaporte y visa listos :o.) No sé si vas en camino a la oficina pero en cuanto veas este mail, avísame para hacer las gestiones necesarias».


Estoy un tanto cansada y tengo que ir a dormir, pero solo les digo que ya todo está listo. Ella llega pasado mañana y estará aquí más de una semana. :0D Dios es bueno, desmedidamente bueno. Y yo lo amo. Me encanta cómo me muestra su amor en formas tan extravagantes. Me encanta que me sorprenda.

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domingo, 21 de enero de 2007

Huesos en el desierto

Sucede en mi país. Sucede vez tras vez, y nadie hace nada serio por detenerlo. Se trata de los asesinatos misóginos en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Como mexicana, por supuesto que sé de qué hablan cuando se refieren a «las muertas de Juárez». Como mexicana me indignan tales atrocidades. Como mujer, me horrorizan. Como cristiana, me duelen profundamente.

Di con este libro porque Sergio Contemori me comentó algo después de haber leído sobre él en un diario de Rosario, Argentina. No recordaba bien el nombre, pero me dijo algo como «El desierto de los huesos».

Tras un reciente viaje a México en el que tuve que esperar aproximadamente seis horas para ver si mi maleta que no llegó en mi vuelo arribaba en el siguiente (...y el siguiente... y el siguiente...), tuve suficiente tiempo para merodear por el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y pude regodearme a mis anchas —bueno, no tanto, porque el local es más o menos angosto— en una de las Librerías Educal Libros y Arte, de CONACULTA, que me encanta visitar cuando por alguna razón paso más de media hora de espera en ese puerto aéreo.

Se me ocurrió preguntar qué libros sobre «las muertas de Juárez» tenían a la venta. La chica del mostrador pareció tratar de recordar algún título, de modo que fui directo a preguntar por los huesos y el desierto. La chica me refirió con otro dependiente, quien de inmedidato pareció saber lo que necesitaba. Al parecer, me dijo él, hacía algo de tiempo que no lo tenían a la venta, pero corrí con suerte y luego de internarse en los pasillos regresó con el libro en las manos, «Huesos en el desierto», del periodista mexicano Sergio González Rodríguez.

No empecé a leerlo inmediatamente. Llegó conmigo y mis dos malestas de regreso a casa aún selladito. Pero ya reinstalada, luego del viaje, fue que le di oportunidad de ilustrarme, de informarme y de dejar bien acomodada una inquietud que aquí quiero transmitir, que va más allá del pesar que se le instala a uno en el estómago cuando lee tantas y demasiadas evidencias de impunidad y violencia desmedida y disfrazada, de sucias alianzas de intereses que en nada benefician a la Nación y de cuanta cosa venga aparejada con la intención de tapar todo lo que es cierto y es real, en México, mi país.

La inquietud fue disparada sí por el libro, pero más por una pregunta que Sergio me hizo respecto a este asunto de los asesinatos de mujeres en Juárez: «¿Está la iglesia del Señor haciendo algo al respecto?». Claro que puedo justificar mi ignorancia diciendo que jamás he estado en Ciudad Juárez, y que ni en México estoy hoy día. Claro, se puede. Pero no sirve. Soy parte de ese cuerpo que debería estar involucrado hasta los codos en luchar por que esto se detenga. Mi pregunta es... ¿qué estamos haciendo nosotros, que tenemos la armadura completa: yelmo, coraza, calzado, escudo y espada? ¿Alguien allá afuera sabe la respuesta?

Algunos enalces sobre el tema:

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Feliz cumpleaños a mí

No sé si sea el caso de todos, pero tengo la sospecha de que cualquiera espera con cierta anticipación, a la llegada de su cumpleaños, algunas muestras de afecto y cariño, sean de parte de amigos, familiares, o, como decía mi amiga Alicia Cid, de sus «amistades», grupo en el que arrojaba a todos aquellos con quienes tenía que tratar, pero que no cabían en el de «amigos» propiamente dichos.

No soy asceta. Me gustan las felicitaciones, los regalos, el festejo, las tarjetas, el pastel (de chocolate, de ser posible) y últimamente, prolongar la celebración una semana, en una divertida serie de mini celebraciones con cuanta gente proponga u organice. Sin embargo, no me había pasado eso de recibir una felicitación por e-Mail, con un link (vínculo, para los puristas) a una tarjeta electrónica que decía: «Que se cumplan todos tus deseos», con musiquita y todo... siete días antes de la fecha.

Es gracioso. Pueden reírse. Yo me río también. Pero a la vez, queda una sensación incómoda. ¿En realidad les importa o solo es una cuestión de relaciones públicas? (La tarjeta vino de la empresa para la que trabajo). El dato pasó por cuanto escritorio exista en la empresa, porque cada semana nos recuerdan los eventos, aniversarios, cumpleaños, en una larga lista de nombres y fechas. Mi nombre estaba mal. La fecha estaba mal. Será por lo que dijo Elisabeth de Isáis una vez en un curso de periodismo sobre «la palabra más importante del idioma español» —tu propio nombre—, o será por que detesto que escriban mal mi nombre, pero sentí feo. Me hizo gracia lo de la fecha anticipada, eso sí. Tal vez mañana reciba algún regalo, y eso inicie oficialmente mi semana de festejos... que deberé llamar pre-festejos, porque, si Dios me da licencia, estaré celebrando mi cumpleaños la próxima semana y seguiré hasta que se pueda.

Mientras tanto, para no propinar más golpes a mi orgullo, sugiero a los lectores del blog reservarse las fiestas para el próximo sábado (pretendo comenzar a festejar un día antes). Y mi nombre es Sarai. Me encantan los cariños, pero no cuando la gente piensa que el hipocorístico es mi nombre. Llámenlo mi neurosis estrictamentente personal, pero me llamo Sarai. Pippi también viene bien.

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viernes, 19 de enero de 2007

Remera # 1 - ¿Será?



Opinen.
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Nombres que quiero fijar en su mente

A raíz de la publicación de «De quimioterapias, boliche y frío» —hace tres días—, algunas personas me han comentado de amigos o familiares cuya salud está quebrantada.

Quisiera mencionar solo sus nombres, para que los que de ustedes puedan tomar un momento para orar por ellos, lo hagan:

Josefina
Martha Lydia
Juan de Dios
Adolfo Iván
Antonio
Derek
Miriam
Bebé

De Derek y Miriam hablé ya antes.

El caso de Miriam es particularmente extraño, ya que el cáncer que le detectaron es sumamente raro. Solo estaban documentados 60 casos en el mundo y el suyo es el # 61, recientemente registrado. Está ya recibiendo quimioterapia, con mucha paz y convicción de su fe cristiana. Esta situación ha abierto muchas puertas para ella y su familia para compartir a otros del amor de Dios. Debido a lo peculiar de su caso, está recibiendo una atención «especial» de parte de los médicos.

«Bebé» es todo el dato que tengo sobre un pequeño niño que nació con un tumor en su cabeza. Lo operaron y en el tiempo que siguió, descubrieron que hay más tumores en su organismo.

Por favor, destina un tiempo para interceder por estas personas. Dios escucha y es el mismo Dios portentoso que fue ayer y que será mañana.

Gracias.

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Para repasar # 1

«Aprendamos idiomas» (Enero 12 al 18)

¿A dónde se fue la información?

Mientras esté en tu mente, todo está bien. Vayamos al examen de idiomas.

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jueves, 18 de enero de 2007

Beleco

Hoy regresé de comprar vívieres, que de milagro cupieron en la cajuelita [baúl, para los argentos] del Sky, el nuevo juguete de Arturo (ya me daré mis vueltas en el juguete, verán). La cosa es que me quedé atorada en la cocina, haciéndome unos deliciosos taquitos de carne deshebrada, y por primera vez desde que estoy «de este lado del río», me preparé una salsa verde picosita, con los tomatillos, chile serrano y ajos asados. Quedaron deliciosos, con su crema y queso. Debí haberles tomado foto, pero desaparecieron en un santiamén.

En fin, al subir finalmente a mi recámara, me percaté que me había estado buscando un amigo por MSN, para preguntarme si conocía a alguien que supiera pronunciar esperanto... (mala idea).

Es cierto que muchas veces repito que Pippi sabe todo, pero esta vez me superó el esperanto. Sin embargo, la Pippa dentro de mí sacó la casta de autodidacta y averigué en unos minutos cómo se supone que se dice esa palabra, que si revisan este blog con detenimiento, aparece en la sección «Aprendamos idiomas» esta semana. Estoy hablando en serio cuando digo que estudien. Habrá examen...

En fin, concluyo mi discurso con un enlace a una de las páginas que hace mi amigo Daniel, o mejor dicho, mi amigo y la gente que trabaja con él, que algunos también son amigos: www.mastendencias.com. Se trata de una revista para arquitectos dedicada exclusivamente a cocinas. Visiten la página. Es una muestra de «beleco».

No sean tacaños de palabras y dejen comentarios. Se leen y en realidad se aprecian.

Para los que quieran profundizar en su conocimiento del esperanto, pueden ir (si quieren y tienen ganas, curiosidad y/o tiempo) a www.esperanto-es.net/lerno/gramatiko/prononco.php

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martes, 16 de enero de 2007

De quimioterapias, boliche y frío


Estoy a medio congelar. No exagero, si consideramos que afuera la temperatura es de 0ºC (temperatura de congelación del agua) y por la ventana de mi cuarto se cuela un aire bastante refrescante.

En este lugar, como no se supone que haya tales temperaturas combinadas con lluvia, algunos no fuimos a trabajar. Resulta que para prevenir incidentes, cierran las oficinas. (Curiosamente, los cines y restaurantes no).

Mañana será el mismo cantar. Tal vez tenga, entonces, tiempo para agregar algunas cosas al blog.

Hoy estuve viendo el blog de un amigo, que justo ahora está internado en el hospital MD Anderson, recibiendo sesiones de quimioterapia para matar las células de su médula ósea, ya que mañana recibirá lo que comúnmente se conoce como «transplante de médula» pero que en realidad en este caso será un transplante alogénico de células madre, es decir, células que no proceden de su propio cuerpo ni de un familiar, sino que son tomadas de un donador «x» que es compatible.

Todo esto es porque Derek tiene leucemia. Sí, ya sé que todos sabemos que la leucemia es «cáncer en la sangre», aunque lo que no todos saben es que en realidad en tales casos el cáncer se halla en la médula del hueso, produciendo células que no deben estar ahí y evitando que se produzan glóbulos blancos.

Sí, aquí viene el breviario cultural: El tratamiento primario para la leucemia es la quimioterapia, y en el caso de Derek, como lo diagnosticaron algo así como hace un año y medio, le prescribieron Glevec, la primera medicina —recién aprobada en los Estados Unidos— que ataca directamente las células cancerosas sin atacar las sanas, lo cual le ayudó bastante pero no fue suficiente para vencer o controlar la leucemia. Es entonces que el transplante entra en escena. Pero para lograr el éxito, primero tienen que matar las células de la médula ósea. Para eso fue la quimio de esta semana.

No pude hablar con él porque le administran medicinas para tratar de contrarrestar los efectos desagradables que vienen aparejados con la quimio y la mayor parte del tiempo está dormido.

Apenas hace una semana estábamos con un grupo de amigos jugando boliche (bowling, para los argentos) y guerras de láser. Fue muy alentador verlo corriendo con su pistola láser atacando al equipo enemigo (en el que estaba su papá) o haciendo chuzas y spares sin reparo alguno, lo cual me beneficiaba porque estábamos en el mismo equipo. Si no te dice, ni en cuenta que tiene leucemia. Si le preguntas, te explica todo como si se tratara cualquier actividad cotidiana. Me encanta esa actitud. La misma actitud al usar una playera roja que lleva esta leyenda absurda: «Uno a uno, los pingüinos me van robando la cordura». Me encanta porque me inspira. Nada de autocompasión. Nada de rendirse. Levantar la cabeza, tomarse de Dios y adelante. A la hora de charlar con él eso es liberador para alguien que no conoce la experiencia.

Me sentí contenta de haber sido un factor para una tarde de diversión que Derek necesitaba mucho, justo antes de internarse en el Anderson. Casi no puedo creer que el niñito que conocí en México —cuando yo estaba en la prepa— ahora sea ese joven, que ya no vive en Houston, (y ahora yo sí) y que se encuentre enfrentando una lucha de ese tamaño.

Y me inspira saber que Miriam, la persona por la que algunos de ustedes me ayudaron a orar, ya incluso fue a la iglesia el domingo pasado a dar gracias a Dios y a todos los que nos mantuvimos en la brecha por su salud, cuando los médicos habían dicho: «Es cuestión de horas». En estricta teoría, pasarán algunas semanas antes de que a ella le toquen sus sesiones de quimio. Veremos qué dice Dios.

Por ahora los dejo, porque los pingüinos que amenazan con colarse por la ventana de mi cuarto sí me están robando la cordura. ¡BRRRRRRRRRR!




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sábado, 13 de enero de 2007

Pippi motorizada



Primera clase de manejo

Profesora: Audrey S. Uscanga
Alumna: Pippi
Lugar: Este de Houston.

Lista para tomar el volante y... girar y girar por una calle en la que habrá pronto casas. Practicar vuelta a la izquierda, vuelta a la derecha, alto de tres segundos, poner las direccionales... hábitos que para muchos de ustedes son cosa de todos los días y que realizan en automático.

No estoy en un estado de ánimo muy reflexivo. No voy a disertar sobre las razones para aprender a manejar a mi edad. Solo voy a decir que sigo sintiendo una gran responsabilidad al tomar el volante. Ya me iré acostumbrando a todo el proceso, y entonces sí... ¡a ver si me ven el polvo! ¡RRRRRRUUUUUUUUUMMMMMMMMMMMMMM!

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viernes, 12 de enero de 2007

A medida que pasan los días, comienza esta serie de reflexiones

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Y me vengo enterando...

Me vengo enterando que el sobrino de Jacob, el pelirrojo menor, Jonathan Aguirre, toca con Pablo Cruz en FiXión...

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Palabras preliminares

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Tulipanes



Estos tulipanes hicieron mi día feliz cuando decidieron abrir de esa forma caprichosa

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jueves, 11 de enero de 2007

Curiosidades de Internet

Acabo de encontrar la página de Internet más pequeña: www.guimp.com

Allí puedes jugar Pong, Pac-man y todos esos juegos clásicos... siempre y cuando tengas vista de águila... o eches mano de una lupa con mucho aumento.

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Abriendo la puertita...


Soy nueva en esto de los blogs, lo confieso.

Desde hace meses he estado rumiando la idea de tener uno, pero fueron otras circunstancias las que me movieron a realmente iniciar. En parte es mi motor autodidacta que me impulsa, y en parte un proyecto que tengo por ahí.

Ténganme paciencia. Me encanta Internet y sus posibilidades y estoy explorando justamente ésta.

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