domingo, 29 de julio de 2007

Frente a frente

Platycnemis pennipes, caballito del diablo de patas blancas,
fotografiado por Walwyn en Flickr.

Sucedió ayer, que por fin pude disponer de un tiempo para darme un chapuzón. El clima era perfecto: un cielo azul, algunas nubes y un sol radiante.



>> Hice mis preparativos: me embadurné de bronceador gradual el cuerpo, bloqueador para la cara, mis lentes negros, una toalla de colores, mis chancletas y me salí a disfrutar. Nada más meterme al agua y sentir la frescura valió toda espera. Es frustrante cuando esperas refrescarte y el agua está tibia, casi caliente. En este caso, todo fue perfecto, incluyendo el revoloteo de una pequeña visitante.

Me interné en el agua hacia uno de los extremos de la alberca, y cuando di vuelta para dirigirme al otro extremo, la vi. Ahí, balancéandose grácilmente en el aire sobre lo que para ella debe ser un océano, revoloteaba una libélula blanca: iba, venía, trazaba círculos, regresaba al punto A.

Para ustedes será novedad, pero me encantan las libélulas, sobre todo aquellas que son más delgadas, con destellos azules o verdes, que en inglés se conocen como damselfly o bluet (a diferencia del dragonfly, que es la libélula grande, cuyos dos pares de alas son perfectamente identificables a primera vista). Mi libélula, entonces, no es propiamente una de ellas, sino lo que llaman «caballito del diablo» (
...por cierto, ¿quién les puso ese nombre horrible?). Era blanca, una especie de nubecilla solitaria flotando sobre el caribeño y azul mar. Al estar yo inmersa en el agua, casi a su altura, pude percibir sus dos pares de alas moviéndose vertiginosamente, trazando una perfecta X nebulosa, resultado de batirlas a gran velocidad (Tip para Apple: Dejémonos de felinos. Su siguiente sistema operativo podría llamarse OSX Bluet, porque justo la X del décimo sistema operativo de Mac fue lo que me recordó ver volar a la libélula). No se me ocurrió ponerle nombre, pero en ese preciso momento la sentí muy mía, mi mascota personal que me seguía a todos lados en la alberca, porque casi fue así.

Foto por Az~Kate en Flickr.

Traté de pasar inadvertida, o al menos, de perturbar lo menos posible su vuelo, su danza de perfecta sincronía, su reconocimiento del terreno al quedar estática flotando en el aire, a unos 20 cms del agua.
Sé que algunos insectos, abundantes en este temporada veraniega, han hallado en las piscinas un medio ideal para refrescarse. He visto las grandes avispas revolotear, buscar un buen sitio (no sé en qué se basan para elegirlo, porque toda la superficie del agua se ve igual) y descender para posarse en el agua, reponer combustible en algo así como diez segundos y emprender de nueva cuenta el vuelo.
Aquí entre nos, las avispas han de estar habituadas al agua clorada, porque no remilgan y se la llevan igual. Justo al entrar a la alberca, una avispa hacía su hábil y elegante acuatizaje. En este contexto, me figuré que Damselfly —la estoy bautizando en este momento—, mi libélula que no es libélula, iba tras eso mismo y que buscaba un «claro» en el agua para bajar a beber, de modo que me hice aun lado, para no hacer olas y dejarla buscar un sitio apropiado. Pero no bajó. Se conformaba con revolotear su blanca X por el centro de la alberca. Una vuelta, dos vueltas, un giro repentino en otra dirección, estática sobre el mar, mi pequeño helicóptero de alta tecnología, solo para mí. Por treinta minutos, solo para mí.

Como la idea era nadar, tuve que alejarme y regresar, tratando de no perturbar mucho a la visita. Me sorprendió yéndose a la orilla, apostada grácilmente en una red que sirve para sacar las hojas del agua. Si yo me acercaba a propósito, ella solo se levantaba y se recorría en el aire cuatro centímetros hacia atrás, pero no se iba. Quizá vio que le di su espacio al principio y quiso hacer lo mismo.

De repente se desaparecía, y cuando ya estaba yo pensando que simplemente el juego había terminado, ya estaba otra vez ahí, volando sobre la alberca. Los que me conocen saben que tengo miopía y que para ver correctamente utilizo un par de anteojos (por alguna razón extraña, los lentes de contacto no han vuelto a hacer su nicho en mis ojos), de modo que pueden imaginarse mi frustración, porque yo quería observar bien a Damselfly, quería ver sus detalles, la maravilla de su bioingeniería. ¿Cómo hace ese pedacito de carne para mantenerse inmóvil en el aire, sostenida solamente por un par de membranas transparentes, que se agitan a gran velocidad? De modo que con todo sigilo, me dirigí a la orilla a tomar mis lentes. Ha de verse uno gracioso nadando con anteojos...

Me aposté justo frente al sitio donde Damselfly descansaba, parada en la orilla de la piscina. Deben saber que los insectos como ella, aunque poseen tres pares de patas, por la disposición frontal de las mismas no pueden caminar; son sus instrumentos de caza y por supuesto, para descansar. Sumergí casi la mitad de la cara en el agua, con tal de no sobresalir demasiado y que no se asustara. En otra oportunidad ya tuve un encuentro cercano con un caballito del diablo en esa misma alberca, uno de destellos azulados, que me observaba como un ente amenazante y sus movimientos defensivo-ofensivos lo probaron. Pero Damselfly estaba atrapada por la curiosidad igual que yo. Se quedó paradita ahí, observándome surgir del agua, una cabeza mojada de cabello negro, con un par de anteojos. No se asustó. Se limitó a ponerse de frente a la criatura extraña que así se le presentaba. Pude ver su cabecita, coronada por unos vellos que parecen antenas diminutas, la mandíbula perfectamente delineada, sus seis patitas, que también tienen una especie de vellos, y sus grandes, redondos, globosos y maravillosos ojitos, que me observaban con atención. Nos quedamos así como por un minuto o un par de minutos, observándonos mutuamente. Ni ella se movía, ni yo.

Después de un rato me golpeó el raciocinio, y pensé si no me vería ridícula conviviendo con un insecto, de modo que retomé mi ejercicio. Pero Damselfly seguía ahí, impávida. Fue hasta que bajé el colchón inflable al agua que ella revoloteó sobre el agua un rato y desapareció. Tal vez pensó que me había aburrido y decidió que ella estaba aburrida también. Yo que tenía la esperanza de que, como un lejano pariente de ella —una libélula verdadera— hizo hace unos meses, se parara a descansar en el dedo gordo de mi pie izquierdo...

Estuve tomando el sol sobre el colchón un rato, pero, a decir verdad, ya no fue divertido. Ni cuando regresé al agua y quité el colchón de la piscina. Damselfly ya no estaba.


Mas información sobre estos sorprendentes y fascinantes insectos:

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jajaja qué divertida anécdota!
Bueno, el final fue triste!:(

Nos vemos, quiero salir a tomar un poco de aire, haber si eso me hace sentir mejor.



Acá te doy un nombre por si vuelve otro caballito:

*Lolo* ¿qé tal? jaja, bueno, esq así se llama mi tortugo!*

Dios t bendiga*